Quienes dan crédito a esos análisis poco conocen la historia.
En la política pocas cosas son realmente casuales. Por eso resulta sugestivo que justo cuando Donald Trump reaparece como una amenaza al orden mundial, el Vaticano elija por primera vez en la historia a un Papa de origen estadounidense.
¿Coincidencia? Difícil creerlo. Si algo ha demostrado la Iglesia católica a lo largo de los siglos es su capacidad para mover sus fichas con visión estratégica y sentido de oportunidad.
La escena parece extraída de un guion de Hollywood: el americano bueno y el americano malo. De un lado, Trump, el magnate beligerante que representa el regreso del aislacionismo, del populismo agresivo y del desprecio por las instituciones internacionales. Del otro, el nuevo Papa: un líder espiritual que encarna el rostro amable, globalista y conciliador de Estados Unidos. Uno promete muros, el otro puentes. Uno polariza, el otro busca reconciliar. La narrativa es poderosa y no parece accidental.
¿Qué pasará cuando el Papa exhiba su desacuerdo con políticas y decisiones de Trump? Pronóstico reservado.
La Iglesia, por supuesto, no juega a la política menor. Y en momentos de alta incertidumbre, donde los liderazgos se tambalean y la brújula moral escasea, ese gesto de colocar a un estadounidense en la silla de Pedro puede leerse como un movimiento destinado a equilibrar fuerzas, a ofrecer una imagen de luz frente a una sombra que se avecina. No es la primera vez que el Vaticano se mueve con tino en medio de una tormenta geopolítica.
Quizá estemos asistiendo a una nueva recreación del eterno drama del bien contra el mal, solo que esta vez ambos llevan pasaporte estadounidense. Uno podría desmontar el orden multilateral desde la Casa Blanca; el otro, reconstruir los vínculos morales desde Roma. No es poca cosa que la institución más longeva de Occidente, sobreviviente de guerras, herejías y dictaduras, haya elegido jugar su carta precisamente ahora. Porque en política —y más aún en la que se ejerce con sotana— las coincidencias rara vez son inocentes.
PROYECTOS MUNICIPALES FRENTE A CRISIS HÍDRICA
Aunque la formalización está en proceso, la decisión ya está tomada: los 16 proyectos hídricos propuestos por el alcalde Enrique Galindo a la Conagua están aprobados. Esta columna tiene confirmación de que las obras están consideradas como parte de la estrategia municipal y federal para enfrentar la crisis del agua, que se extenderá en 2025.
La inversión supera los 100 millones de pesos y contempla acciones con impacto estructural: perforación y reperforación de pozos, rehabilitación de redes hidráulicas, plantas de tratamiento y modernización de sistemas de potabilización. Se actuará en zonas donde el agua ha sido históricamente escasa o ineficiente, como Escalerillas, El Hacha, Guanos o San Juan de Guadalupe. Ahí, el proyecto incluye incluso nuevas fuentes de abastecimiento y drenaje.
Un punto relevante es que el Ayuntamiento ha ido más allá de lo que marca la ley: mientras la normativa del FAIS obliga a destinar el 30% de los recursos a infraestructura básica como esta, la administración de Galindo ha superado ese porcentaje.
GUERRA POR LA GUBERNATURA, EN CURSO
La guerra por la próxima gubernatura ya comenzó, aunque falten dos años para el 2027. Y como suele ocurrir en política, el primer blanco es quien lleva la delantera. Enrique Galindo, al ser el único perfil claramente visible en la oposición, ha sido objeto de una campaña de desgaste anticipada, que busca minar su posicionamiento mucho antes de la contienda. Sin embargo, su estrategia de mantenerse firme, sin enfrascarse en pleitos estériles, le ha funcionado: su imagen se ha sostenido. Ha tratado de apostar al trabajo constante, fines de semana incluidos, con objeto de mantener el reconocimiento ciudadano.