Antiguamente, los lienzos con que se manufacturaba la ropa se medían en varas (vara=0.835 mts). Los había de diferentes longitudes y de los más largos eran los de once varas. Evidencia de esto la encontramos en un texto de Juan de Alcega que en 1580; escribió Libro de geometría y tras y en una parte dice:
“Para cortar esta saya de seda, es necesario doblar la seda a lo ancho, poniendo la mitad de las baras sobre la otra mitad a pelo y labor; y onze baras se cortará la falda y de la seda que sobra se cortará la cuera”.
Un lienzo de once varas (poco más de 9 metros), se percibía como “muuuy largo”. Por similitud, el término “once varas” lo usaron en la España del medievo para referirse, en forma exagerada, a una gran longitud.
De hecho, la expresión la encontramos en otras locuciones ya desaparecidas. Por ejemplo, podemos citar las recogidas por Gonzalo Correas en Vocabulario de refranes y frases proverbiales, de 1627:
Piko de onze varas o tiene lengua de onze varas. Para dezir ke una es mui pikuda i parlera. (muy habladora)
Entonces, una camisa de once varas era una forma de referirse, en sentido figurado, a una camisa bastante holgada.
Por otro lado, la ceremonia de adopción tal y como se celebraba en Castilla en la Edad Media, consistía en simular el parto metiendo el adoptante la cabeza del adoptado por una manga muy ancha de su camisa y, sacándole por la otra (para esto se necesitaba una camisa de once varas), le daba un beso tras lo cual éste quedaba adoptado como hijo.
En un texto anónimo del año 1344, se narra cómo Dª Sancha Velázquez realizó esta ceremonia para adoptar a Mudarra González, que sería el vengador de sus hermanos, los siete infantes de Lara. Para los lectores curiosos, voy a reproducir el texto original con su respectiva traducción al castellano actual. A quien esto le resulte árido, puede saltarse hasta donde dice (Derivados de esta ceremonia…).
Traducción al Castellano de hoy
Meterse en camisa de once varas, era entonces adoptar a alguien tomando los problemas que esto implicaba, por decisión propia y no por necesidad.
Por extensión, el término se empezó a usar para referirse a cualquier situación en la que uno se complica la vida innecesariamente, y con este significado prevalece hasta nuestros días en prácticamente todo el mundo hispano.
En la jerga política, particularmente se usa la expresión para referirse a la acción de prometer desmesuradamente; lo que generalmente ocurre en campañas electorales sin medir las verdaderas posibilidades sociales y políticas, pero sobre todo económicas para cumplir determinados compromisos. Es muy conocida aquella anécdota que seguramente se ha repetido en diferentes regiones del país por la que un político se encontraba en un aco político prometiendo hacer un puente en aquella población. Cuando alguien en el mitin le grito –“Señor aquí no tenemos río”- el político contestaba con toda energía: - “pues también les hacemos el río”. A continuación, sobrevenían los aplausos y porras aparentemente dirigidas por calificados animadores de cada lugar; para que la ovación fuese más estentórea se repartían previamente matracas entre los asistentes. No pasaba nada. Eso ya no es posible o cuando menos ya no es tan fácil: ahora sí hablar de más puede representar meterse en una camisa tan grande que no se pueda salir ni fácil ni rápidamente. Pero no sólo se meten en camisa de once varas los políticos promitentes, sino los promisarios que confían demasiado en lo que dicen. Esa es la evolución de una expresión lingüística deliciosa… y sabía.