No todos los ciudadanos sienten lealtad hacia la legitimidad del nuevo régimen. Con o sin razones este fenómeno resulta casi inevitable en las democracias. En el caso que nos ocupa hay impugnaciones que pueden resultar desechadas por el TEPJF pero que desechadas o no, representan una dificultad para la aceptación que todo gobierno debe tener. No califico el tamaño o el grado de esas dificultades, pues, aunque las cifras de la elección podrían dar pistas relacionadas con quienes votaron por otras opciones o simplemente no votaron, ello no puede significar un grado de oposición o inaceptación; solo es un indicio que podrá llegar a hacer prueba con el transcurso del nuevo gobierno, la incorporación de quienes vayan al equipo de gobierno y la conducta de la nueva clase gobernante.
Al respecto, encontré unas reglas sencillas que tienen apenas algunos 600 años de vigencia más o menos aceptada y que me parecieron merecedoras de revisarse por mandatarios y mandantes: Las 10 reglas de oro para gobernar bien, por Tomás Moro:
“Así como está loco el médico que no puede curar la enfermedad de su paciente sin provocarle otra enfermedad, así el que no puede encaminar las vidas de sus súbditos más que arrebatándoles las riquezas y comodidades de la vida no tiene más remedio que aceptar que desconoce el arte de gobernar personas”. “Utopía”, de Tomás Moro.
En el primer capítulo, antes de empezar a explicar las maravillosas historias de la misteriosa isla de Utopía, el explorador Rafael Hytloday comenta con sus interlocutores, el autor y Pedro Giles, las razones por las que no cree que sus saberes y experiencias fueran ni escuchadas –y menos atendidas– por los gobernantes de la época. «Si yo propusiera a cualquier rey decretos justos esforzándome en desterrar de su mente las perniciosas causas originales del vicio y el mal, ¿no pensáis que sin tardanza me despedirían o bien me convertirían en objeto de irrisión?». A continuación, da una serie de ejemplos que vienen a corroborar su desconfianza y finaliza con una especie de resumen: «Así como está loco el médico que no puede curar la enfermedad de su paciente sin provocarle otra enfermedad, así el que no puede encaminar las vidas de sus súbditos más que arrebatándoles las riquezas y comodidades de la vida no tiene más remedio que aceptar que desconoce el arte de gobernar personas».
El siguiente texto es literal de la edición «especial V centenario» que publicó Ariel en 2016. “Le Guin: 1 Que arregle su propia vida, 2 Que renuncie a los placeres deshonestos y se desprenda del orgullo, pues estos son los vicios que causan el que incurra en el desprecio u odio de su pueblo; 3 Que viva de lo suyo sin perjudicar a nadie; 4 Que no gaste más de lo que puede; 5 Que refrene la maldad; 6 Que prevenga los vicios y aparte las ocasiones de delito dirigiendo bien a sus súbditos; 7 Que no permita que aumente la maldad para castigarla después; 8 Que no se apresure tanto en resucitar leyes que la costumbre ha abolido, especialmente las que llevan largo tiempo olvidadas y nunca echadas de menos ni necesitadas; 9 Que nunca, so capa y pretexto de transgresión, imponga multas o fianzas que ningún juez toleraría que impusiera ningún particular por injustas y llenas de artimañas, 10 Aquí si sacara a relucir la ley de los macarienses, que no están a mucha distancia de Utopía, cuyo rey el día de su coronación es requerido bajo solemne juramento a no tener en ninguna circunstancia más de mil libras de oro o plata en su tesoro: dicen que un rey muy bueno que procuraba más por la riqueza y bienestar de su país que por el propio enriquecimiento instituyó esta ley para que fuera un tope y barrera a los reyes para amontonar y atesorar tanto dinero que empobreciera a su pueblo.