En una de las primeras ocasiones en que toqué el tema alguien bien intencionado pero sincero me dijo que tal vez exageraba, pues había titulado y hecho la comparación con algo “Infernal”, cabeceando mi columnita con algo relacionado al Pandemónium.
Pasado algún tiempo, en otras columnas proyectaba un deseo personal y tal vez colectivo de que las cosas mejoraran; escribí incluso un intento de cuento en donde aludía la historia del Arca de Noé; también una especie de epístola a mi nieto Santiago en como en el país y en el mundo siguen sin tener una forma de entender lo que sucede; tratando de explicarle lo que creía entender y lo que proyectaba que habría de suceder sin omitir un final feliz o al menos esperanzador después de pleitos acusaciones y peligro de división entre los sectores de la población; más adelante y ante la persistencia y crecimiento de la epidemia, me dio por comparar otros fenómenos que históricamente han sacudido a la humanidad, hasta que en algún momento de esta evolución, la curva comenzó a estabilizarse -como también ha ocurrido en otras latitudes- y comencé a ilusionarme con que pronto saldríamos de la pesadilla, platicando por este tolerante medio, que esto sería como las epopeyas mitológicas de Ulises en el poema de Homero, pues ya habríamos terminado y sobrevivido a la mismísima Guerra de Troya y aunque restaba el Regreso a Ítaca y pese a que en este viaje habría muchas vicisitudes, peligros y obstáculos, pronto estaríamos con nuestra amada Penélope, que seguramente ya no sería lo mismo que antes pero seguiría siendo hermosa y disfrutable tal cual. Regresaríamos con más experiencia y aprendizaje, más sabios y prudentes. Eran sin duda los meses de calor del 2020, el clima quizás ayudaba y lo que escribía eran más deseos que realidades a la vuelta de la esquina, o mejor dicho de la Península de Sicilia -antes Ítaca. Pero...los meses siguieron pasando, más gente cercana desapareciendo, el contagio subiendo día con día y nadie de esta tripulación logramos aún avistar a Ítaca. ¿Dónde quedó? Al parecer habíamos superado a Poseidón y a los cíclopes, los caprichos de los Dioses habían quedado atrás y de pronto apareció esa niebla que empezó como una simple bruma, pero que fue y sigue tornándose más densa e inexpugnable; hemos perdido el rumbo y navegamos sin más propósito que no terminar estrellándonos en algún arrecife; familiares y seres queridos han enfermado y algunos otros han muerto, con una cercanía alarmante como la peste. Los médicos y enfermeras sucumben y a ninguno de todos ellos hemos podido siquiera despedir como quisiéramos; pareciera que solo merecen ser arrojados cuanto antes al mar ante el peligro de más contagio. Pero ¿Qué ha originado tan espesa niebla? No parece ser el clima, aunque esto puede agravarle. Creo que la niebla que nos ha enceguecido se compone de impaciencia, irresponsabilidad, displicencia, pero sobre todo de egoísmo. Seguimos desestimando al cubre bocas, las medidas de higiene y sanitación, la sana distancia y a la misma fuerza de ese Virus denominado COVID 19 más formidable que los monstruos marinos imaginados por Homero. Y no parecemos entender.
Un amigo, llegó a decirme alegremente y poco antes de que enfermara, que él no creía en la Pandemia, afortunadamente esta fuera de peligro, pero se vio muy grave. Otros no corrieron con tanta suerte. Y al parecer será peor: estudiosos de la Universidad de Yale, según información publicada esta semana, hablan de un fenómeno que empieza a observarse en que la gente parece renunciar a la sobrevivencia o la salvación y optan por una especie de suicidio divertido: las reuniones y fiestas comienzan a multiplicarse; las camas de los hospitales no alcanzan a recuperarse; las ambulancias hacen largas filas para entregar a los enfermos pues no hay espacio ni personal suficiente...y no queremos darnos cuenta. La negligencia es también contagiosa; el “valemadrismo” es una vía de escape para quien no tolera atormentarse ni un momento reflexionando sobre la realidad.