La explicación más simple se puede escuchar en cualquier sitio: lo único que les interesa es el poder para robar o si prefiere el robar para poder, pero el retruécano no resuelve gran cosa y los análisis más complejos desembocan casi siempre en especulaciones que a veces rayan en lo fantástico. Lo que podría establecer con seguridad y para empezar son dos cosas: esta elección, aunque como cualquier otra es inédita, además reviste una importancia que ni siquiera la intermedia del sexenio salinista pudo haber tenido pese a que se trataba de mantenerlo en el poder después de que llegara deslegitimado por una derrota que confirmaríamos muchos años después pero que todos sabían que había ocurrido. En la elección 20-21 se encuentra en juego el Congreso de la Unión sobre el que podrá descansar y continuar el primer proyecto verdadero de cambio en michas décadas, pues ni con las alternancias que hemos vivido se ha intentado cambiar nada y solamente han cambiado de manos las mismas prácticas, costumbres y vicios. Esto es así no porque simpatice con tal proyecto desde que se esbozaba hace algunos 15 años, sino porque es evidente que el sólo intento de cristalizarlo durante estos 2 años ha sacudido muchas estructuras formales y no formales del sistema. De entrada, la gobernanza y la percepción que de ella se tenía ha sufrido variaciones y lastimado muchos intereses creados bajo el cobijo de una normalidad corrupta.
La segunda cosa que puedo asegurar es que con independencia de los objetivos generales y específicos que cada una de las alianzas conlleva estas sumatorias tan inesperadas descansan sobre una enorme crisis de representatividad de todos los partidos políticos en el espectro del país. En efecto los intermediarios más antiguos entre ciudadanos y Estado en cualquier régimen que se aprecie o diga democrático eran los partidos políticos casi de forma natural pero aunado a ello en nuestro país y en muchos han sido investidos como entidades de interés público debidamente regulados y reconocidos por el sistema jurídico político. Aún más, la gobernanza pretendidamente democrática los ha dotado por ley de los medios y recursos no sólo para sobrevivir sino consolidarse.
Sin embargo, no logran representar verdaderamente sino más que a una ínfima cantidad de ciudadanos. NO confundamos participación, esperanza y ganas de la ciudadanía con el convencimiento de estar representados, peor aún ni siquiera se sienten identificados y cuando creen estarlo terminan, las cúpulas de esos partidos terminan asestándoles una decepción; adicionalmente las declaraciones de principios que lo institutos en cuestión han formado y registrado ante las autoridades electorales y la propia ciudadanía obligándose a su observancia y cumplimiento, son pisoteados una vez sí y la otra también sin que tales autoridades lo impidan o sancionen debidamente. De ser así las actuales alianzas no serían posibles pues más allá del derecho de libre asociación sobre el que se fundan tales coaliciones o alianzas se encuentra el cumplimiento de tales principios tan disímbolos y contradictorios entre uno y otro instituto para con cada uno de los ciudadanos que se les han adherido como militantes en cualquier forma de afiliación que hasta en los simpatizantes significa lo mismo: “afiliación” que hace referencia a un vínculo filial.
Así pues, los institutos políticos están obligados con su ideario y su libertad de asociación no puede comprometer la libertad de cada ciudadano adherido y sus acciones no pueden sustraerse del ideario al que están comprometidos como entidades de interés público de frente al Estado y a la ciudadanía pues esa libertad de asociación tendrá siempre una prioridad y será plena para el individuo y sólo después de que éste como mandante lo autorice, al partido como persona moral. Y algunos podrán decir que para eso son las asambleas, los delegados y la mano del muerto, pero es imposible dejar de sospechar cuando las alianzas son entre el agua y el aceite.