El concepto se emplea para calificar aquello que resulta desventurado o doloroso o que es causa de sufrimiento. Y es que nuestras policías (corporaciones) están para sufrir. ¿Por qué son funestos y dan tristeza? Porque los atrapa y encajona la corrupción que tal cual el virus que ya no quiero ni nombrar, permea, aparece, pulula y vuela por doquier; a cada paso, a la vuelta de la esquina, del escritorio, o, como las costumbres de la pandemia, la corrupción se las lleva a domicilio. Cualquier tema en la actualidad debe considerar para su análisis el omnipresente factor de la corrupción, pues ya quedamos que México es uno de los países más corruptos del mundo. Y no lo decimos por malinchismo, pesimismo ni fatalismo, sino porque los estudios socioeconómicos globales, los análisis antropológicos y estadísticos de la OCDE, la ONU, la UNESCO, la OIT y cualquier organización seria así lo clasifican. En forma más señalada, los temas más mencionados en la corrupción son la seguridad y los gobiernos.
A como están las cosas los policías que “sobreviven” a la corrupción no solo son honestos sino valientes y heroicos. En alguna entrega anterior le comentaba de un estudio sobre la clase política y el narco asociados por la corrupción, donde Edgardo Buscaglia, investigador de la Universidad de Columbus explica que la delincuencia organizada del país se ha diversificado hasta verse involucrada en 23 delitos económicos que van desde la compra y venta de seres humanos, hasta el tráfico de armas, migrantes, contrabando de cigarrillos a lo que desde luego podemos agregarle el huachicol, el narcotráfico, la extorción y otras linduras que a diario acechan a nuestras familias, todo esto dice el autor en cita “al abrigo de una clase política poco interesada en ponérselas difíciles a los criminales”. Esa clase política y ese gobierno, interesados o no en combatir a la delincuencia, sólo podría hacerlo a través de las policías, pero recordando a Cantinflas “ahí está el detalle”. Y no es que la delincuencia tenga que andar correteando a cada gendarme para convencerlo de que le conviene más el dejar hacer y el dejar pasar; el disimular y hasta dar pitazos o chismear sobre operativos, no es así, pues lo único que tienen que hace los grupos criminales y la misma delincuencia “desorganizada” son tiros de precisión a los blancos estratégicos como directores, comandantes, encargados de inteligencia, jefes de grupo, etc. Es decir, a los directivos y jefes que pueden aterrizar los acuerdos y redistribuir beneficios. Esta es una realidad que ya no admite eufemismos ni cuidados excesivos para decir las cosas, pues está en el sentido común de la colectividad. Negarlo o minimizarlo es hacer más grande el problema.
Pero ¿Cómo sanear entonces las policías? Seguramente existen muchos esfuerzos y uno de ellos es la preparación de cada individuo involucrado en la seguridad; los sistemas de control de confianza que pretendidamente incluyen pruebas antidoping y exámenes psiquiátricos o al menos psicológicos, así como el uso de polígrafos y consultas frecuentes a trabajo social. Pero nuestra realidad cuenta historias variadas sobre los costos para transitar por todas esas pruebas sin ningún riesgo para los examinados. Las Academias de Policía han dejado de ser atractivas para los mismos valientes con vocación pues a veces hasta en el ingreso hay chanchullos y si no en el tránsito de los cursos cuya vigencia también suele ser al arbitrio de quienes tiene ese encargo. La corrupción también está en que muchos de los recursos a través de muchos programas se destinan a la preparación profesional y actualización de personal de seguridad y hasta mandos policiacos que se desvía, se deja de ejercer o desaparecen.
El saneamiento de los cuerpos policiacos debe empezar por el principio: su integración y su formación, pero para ello la Academia de Policía deben ser similares en todo el país respecto a sus programas y métodos. Los policías deben tener motivantes en su carrera y ésta debe volver a ser motivo de honor y respeto de la sociedad.