Japón, uno de los países con mayor actividad sísmica en el mundo, ha desarrollado una serie de medidas para minimizar el impacto de los terremotos, reduciendo significativamente las pérdidas humanas y materiales en comparación con otros países. Estas medidas se basan en una combinación de estrictas normas de construcción, educación pública, y un enfoque integral de gestión de emergencias.
Normas de construcción antisísmicas: Japón tiene uno de los códigos de construcción más rigurosos a nivel mundial, resultado de lecciones aprendidas tras terremotos devastadores. Las primeras normas fueron implementadas después del terremoto de 1923, que causó más de 140,000 muertes. Desde entonces, las leyes se han fortalecido, y en 1981 se introdujo una enmienda que exige que los edificios puedan resistir terremotos de magnitud 7 sin colapsar, aunque se aceptan daños menores. La idea central es que las estructuras sigan funcionando o, al menos, no representen un peligro de derrumbe que cause víctimas.
Educación y preparación: Japón educa a su población sobre cómo reaccionar ante un sismo, y organiza simulacros regulares, lo que permite una respuesta rápida y coordinada. Este enfoque ha permitido que incluso en sismos intensos, como los registrados en enero y agosto de este año, las pérdidas sean mucho menores en comparación con otros países. Por ejemplo, en el sismo de enero de 2024, que causó 318 muertes, las pérdidas fueron significativamente más bajas que las observadas en otros países con terremotos de magnitud similar, como los de Siria y Turquía en 2023, que resultaron en más de 57,000 fallecidos.
Inversión en infraestructura: Japón ha invertido millones de dólares en tecnología y construcción de infraestructuras capaces de soportar sismos, como edificios con amortiguadores sísmicos, sistemas de alerta temprana, y mejoras en puentes y carreteras. Este enfoque ha convertido al país en un referente mundial en cuanto a gestión de desastres naturales.
El terremoto de 2011, conocido como el Gran Terremoto del Este de Japón, marcó un punto de inflexión al impulsar más reformas para mejorar la respuesta y recuperación tras desastres, centrándose no solo en la infraestructura, sino en la prevención y educación continua.
Japón se ha posicionado como un modelo global en la mitigación de desastres sísmicos, integrando tecnologías avanzadas y normativas rígidas con una cultura de preparación y resiliencia.